lunes, 1 de agosto de 2011

Perdiendo el orden de los hechos, pero el sentido de mi orden - TC.16



















Brindemos pequeños, porque todo es suficiente cuando eres realmente feliz.













Realidad sobre un confrontamiento con un lienzo y una cerveza. Lo más real sobre mí, siendo  finalmente representado;

Cuatro amores que pelean por aparecer sobre el lienzo de mi vida.
Que tontería, ¿verdad?.

Me sorpremde encontrarme de una vez por todas con algo sobre mí misma.
Es un reto, tener que pintar por primera vez algo que tengo dentro, algo que es completamente mío. Algo que mi alma estaba gritando, que mis manos siempre quisieron hacer. Algo que siempre quiso salir de mí, pero que nunca se enfrentó a la realidad.
Me enfrenté a mi vida en blanco. Me paré frente a aquel cuadro en blanco, aquello que me estaba esperando. Pretendía sacar algo de mí.

Empecé a pintar el primero. Siempre he sido muy obsesiva con el orden, lo correcto, las correlaciones, lo que siempre es más lógico, y no podría haber empezado de otra forma sin ser fiel a mi.
Escogí el color rojo, tonalidades naranjas, escamas, y muchas líneas, gordas y fuertes. Con un solo punto. Y en medio, de repente, blanco.
Resultó ser el más efusivo e intenso. Ese primer amor. Amor que agota y aprieta, amor que te ahoga y no deja de hacerlo. Un amor duro y violento, fuerte y fugaz. Nos queríamos en exceso, de eso no cabe duda. Hubiera dado mi vida por él. Me consumía, y eso dañaba a nuestra inexperiencia.
Jamás conocí un amor que doliese tanto, que no pudiese dejar de tener presente.
Dejamos de querernos cuando desaparecimos por completo de la vida del otro, cuando cualquier recuerdo era convertido en un espacio en blanco. Cuando decidimos que las medias tintas era duras. Que solo la ausencia nos sanaría, que sólo el desconocimiento nos haría volver a recobrar la cordura. El color rojo no es por la pasión, si no por la sangre derramada. Incluso para olvidarnos.

El segundo en aparecer, (perdiendo el orden de los hechos, pero el sentido de mi orden), fue un gris, gris perla, gris oscuro, sucio, con algo negro. Garras, líneas en zig-zag, un borrón. Líneas irregulares, nada de sentido.
Este, estaba dotado de pasión y risas. De sexo y deseo, de orgullo y manías.
No podíamos dejar de vernos, éramos incapaces de hablar sin sonreír, éramos seres insaciables con nosotros mismos. Animales llenos de rabia.
Reconocíamos que aquello fuera similar a la droga y nos encantaba. Buscábamos respuestas no verbales, buscábamos desgastarnos. Desgastarnos tanto que llegásemos a desaparecer. Tanto deseo hubo derramado, que al final no supimos ver más allá. No pudimos hacer nada bonito. No pudimos construír nada entre los dos.
Lo que provoca, y siempre provocará, que la tensión sexual no haya desaparecido. Que todavía no nos hayamos cansado.
Para este, el color era sin duda el gris. Era el gris porque pasábamos los dos una época amarga, tratamos de consolarnos el uno al otro sin ahondar en nada, tratanto de aclarar ese negro que nos conoció, tratando de llegar más allá del gris. Pero solo conseguimos hacer un borrón.

El tercero, fue mi niño. Como niño, su color era el azul. Verde agua marina, o azul. Algo claro y a la vez oscuro, algo que me producía felicidad y amargura. Ese azul que calma, como el mar, y ese verde que no debería estar.
Era completamente imperfecto, y me encantaban esas cosas que se alejaban tanto de la perfección. Sus dulces momentos y miradas, aquellas pequeñas cosas que hacían que quisiera tenerle conmigo toda la noche. Era esa relación que todo el mundo quiere, era tranquilidad y felicidad.
No me engaño, su dulcura provocaba que al fin, me sintiese bien. Era tan bonito, que no podía parar de quererle. Era tan dulce como un niño.
Aún así, entre nosotros había puro fuego permanentemente, una bomba por explotar, el frío de la antártida y el rojo vivo del interior terrestre. Siempre nos echamos de menos, incluso sin conocernos, nos proporcionábamos paz. Creo que llegué a pensar que sería el perfecto padre para mis hijos, mi perfecto compañero de viaje. Era tan bueno que me asustaba que estuviese conmigo. Me asustaba no estar a la altura, no poder devolverle tanto cariño.
Simplemente con mirarnos, estábamos tranquilos. Porque la calma era estar a su lado. El equilibrio era él.
Creo, que incluso después de que terminase todo, queríamos volver a vernos. Queríamos que volviese la paz. Nuestro problema fue el orgullo, demasiado orgullo.


El último, es un color amarillo sin duda. Ese color que destaca, que molesta, que no pega, que no tendría que estar. Geométrico.
Apareció en un momento plano. En cuanto menos me lo esperaba, sin querer. Nunca me hice a la idea de que podría llegar a ser algo tan grande. Nunca quise asumir que pudiese llegar a importarme tanto.
Me ha llegado ha marcar tanto, que ni siquiera puedo decir nada, que ni siquiera tengo voz después de tanto tiempo. Es uno de esos silencios que molestan y se notan.
No podría decir nada, porque no soy capaz. No soy capaz a hablar sobre ello.

3 comentarios:

Diana dijo...

me encanta esta entrada , cuentas las cosas de una manera fantástica , tus historias enganchan :)

Aniuska dijo...

guapa , este es mi blog nuevo , te seguia con el de antes , con este tambien , es que soy un desastre y no me acuerdo de la contraseña de antes , en verdad me llamo ana , pero me puse diana para hacerlo mas largo , por eso que no te extrañe .

un besiitoooo

Paula Pastrana dijo...

que guayy la foto!:)

Publicar un comentario