lunes, 14 de septiembre de 2015

Cuando empezaron a atormentarme mis continuas crisis de personalidad.



Cuando empezaron a atormentarme mis continuas crisis de personalidad.




Predefinidas.
Fijadas y preestablecidas dos imágenes sobre mi misma, sobre lo que puedo reflejar al exterior.

Estoy formando un mundo acorde con lo que pretendo ser. Un sueño de lo que algún día quisiera ser, un momento o situación insignificantes. Esos dos momentos que recorren mi mente. Tratar de no volver a caer jamás en mi propia mentira.











He tenido toda la vida expectativas de ser quien no soy, y aún las tengo.
Hacer todo lo que esperan de mí, ahogar mis deseos más profundos sólo por complacer. Me he pasado el tiempo estudiando conductas deseadas, tratando de demostrar justo lo que se espera, comprobando modos de ser completa, de ser lo que todo el mundo supone que debo ser. Simplemente formas en las que no volver a tener altibajos nunca más.

No he cesado de buscar soluciones a todos aquellos problemas que ni siquiera aparecieron, ni iban a hacerlo. He buscado soluciones a problemas inexistentes por miedo a volver a sufrir.
Miedo, a permitir volver a hacerme daño. Terror, por volver a sufrir otra crisis.
Durante todo este recorrido no he parado de encontrarme con baches, recaídas, depresiones, humillaciones, bajones, perdiendo peso, perdiendo vitalidad, perdiendo ganas de vivir...Me he hundido cada vez que fallaba, que todos mis cálculos y previsiones no habían servido para nada, cada vez que trataba de alcanzar la cima y llegaba un soplo de aire que me volvía a dejar en el puto suelo. Me machacaba por no conseguir ser perfecta. He llegado a sentirme tan humillada que se me ha borrado completamente la imagen sobre mí. He llegado a sentir asco por ser quien soy, y no se trataba de estar en un cuerpo equivocado, si no de sentirte la persona equivocada.

Muchas veces me he sentido como una balanza, entre las cosas que realmente necesitaba hacer desde mi más absoluto Ego, y todo aquello que esperaban de mí, y creo que antes era mucho más valiente, más segura y realmente más admirable. Tenía la suficiente fuerza y descaro como para saber separar lo que me hace feliz de lo que hace feliz a los demás, y yo puedo darles. Es decir, no tendría que usar una balanza para categorizar mi vida.
Perdí todo lo bueno que tenía en el momento en el que crucé esa línea y decidí que lo bueno para mí era lo bueno que daba a los demás. Me olvidé de mi misma. Olvidé qué era lo que realmente quería y ni siquiera me esforcé por llevar a nadie la contraria, no me llevé la contraria ni en mis propias contradicciones. Me limitaba a hacer todo aquello que el mundo esperaba de mí, todo lo que yo no esperaba de mi misma.

Me esforzaba, en una carrera de fondo en que el mundo cambiara la imagen que tenía sobre mí. Trataba de recuperar la posición perfecta, esa posición que perdí durante tiempo. Exactamente todo el tiempo en el que tomé mis propias decisiones, sin tener en cuenta lo que querían para mí.
Tratar de dar una buena imagen, ser reservada, intervenir lo mínimo posible, educación, respeto, amabilidad, cordura, afabilidad, disposición, reparo, ayuda, aguante, capacidad de respuesta, sensatez, o todo aquello que se alejaba tanto de lo que era. Soporté en silencio todo lo que odiaba.

Traté de reforzarme, dar todo de mí sin pedir nada a cambio, dejar que se apoyasen en mi hombro una y otra vez, estar pendiente de todos los problemas, estados de ánimo...Pero sin pedir jamás que se preocuparan por mí, sin pedir la mínima ayuda, o sin necesitar hablar. Traté de estar pendiente de todo, de hacer lo posible para que se sintieran bien, hacer todas las veces que pude lo que querían o necesitaban, ir a cualquier sitio o hacer cualquier cosa por mucho que lo detestase.

Me esforcé en tratar de conseguir que todo aquello que me rodeaba, fuese tranquilidad.
Entre tantos vagos esfuerzos solo me acordé de mí para buscar a la persona que me proporcionase tranquilidad a mí. Que me diese apoyo y fuese esa razón por la que todo habría merecido la pena. Pero me metí tanto en mí misma, que me olvidé de que en eso del amor también se pueden dar pasos en falso. Ese, fué el momento en el que más me negué a mi misma.

Empecé a recordar, fueron 18 meses los que todo me recordaba a una situación amarga, a algo que no quería volver a vivir. Veía venir problemas, veía venir discusiones, veía venir todo lo malo y todo el daño que podrían hacerme, y no paré de dar pasos hacia atrás, sin darme cuenta de que cuanto más retrocedía más me oscurecía.